LA MURALLA ROJA
LA MURALLA ROJA
Este verano la peregrinación de turistas a la costa de la
localidad alicantina de Calpe no llegó llamada por los destellos del sol, sino
por los del flashes de los teléfonos móviles. Interioristas, fotógrafos,
publicistas y creadores convirtieron al pueblo en su Parnaso.
Hasta bien entrado el mes de noviembre resulta imposible
hospedarse en los apartamentos de la Muralla Roja, un complejo con capacidad
para 50 viviendas concebido por el prestigioso arquitecto Ricardo Bofill. El
edificio sorprende a los visitantes desde 1973, que fue declarado Bien de Interés
Cultural.
El intenso tono carmesí de su fachada rompe el equilibrio
cromático de la costa pero es su interior impregnado de tonos pastel, lo que ha
convertido la urbanización en un improvisado estudio de fotografía.
Los alrededores del complejo son una concurrida procesión de
sombreros, tacones, smartphones y posturas imposibles. Los vecinos, cansados de
esquivar los disparos de las cámara de fotos, cuelgan carteles en los
alrededores de la propiedad para recordar que su casa es una propiedad privada.
Incómodos por la afluencia de curiosos, amenazan con denunciar al próximo que
se cuele a sacar una foto.
Las líneas de la Muralla Roja nada tienen que ver con el urbanismo
de la costa levantina. El edificio, custodiado por el mar, es una ilusión
postmoderna con fuertes raíces mediterráneas. La composición del espacio se
basa en la cruz griega, y en su laberíntico interior se confunde una organizada
secuencia cruces.
Es uno de los primeros edificios del Taller del Arquitectura
de Ricardo Bofill. El arquitecto catalán quería reinterpretar con esta obra el
concepto de una casbah árabe, pero bajo una perspectiva autóctona, el resultado
es una construcción pintoresca pero respetuosa con la tradición arquitectónica
de la zona.
El interior de la estructura está tomado por las formas
geométricas, que provocan que el visitante desfile constantemente entre lo
público y lo privado. Durante el recorrido por las instalaciones aparecen
varias torres, escaleras, patios, puentes y pasarelas que se comunican entre sí
y desembocan en una caótica azotea. Este es el fin del laberinto, en donde los
ángulos se retuercen en sugerentes formas y colores. En uno de sus extremos se
recorta una piscina en forma de cruz.
Al ver esta obra te das cuenta como todo está pensado y diseñado.
Desde los colores que ayudan a resaltar ciertos volúmenes y a que otros se
fundan con el entorno, hasta las sensaciones que el arquitecto quería
transmitir con su obra.
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